En la sombra se perdía
tu corazón, compañero.
Dime por qué galería
puede encontrar un minero
el metal de la alegría.
La producción musical y cultural surgida del trabajo minero en España ha sido prolífica, emocionante y siempre muy triste. En el pozu Maria Luisa, de los asturianos, habla de la muerte de cuatro mineros en un accidente; Antonio Molina es recordado como el mejor barrenero de toda Sierra Morena, pero su madre se quedaba rezando; y las mineras, palo del flamenco surgido de la emigración de andaluces a las explotaciones murcianas, le cantan al dolor, a la oscuridad, al trabajo duro y al amor que espera arriba, con un tono grave y afectado. Hay que sentirlo. Fue Camarón el que acudió al Festival de las Minas -creado para preservar y celebrar esta variante, parcialmente olvidado cuando cerraron las canteras- a cantar por alegrías; a él se le permitía todo. Aun así, conocía, respetaba y trabajaba el cante; en uno de sus discos junto a Paco de Lucía incluyó una historia sobre un minero novato al que sus compañeros regalaban un farol.
La cultura minera produce admiración, pero la línea que la separa de una absurda romantización es muy fina; las condiciones son duras, la plusvalía robada no cabe en las carretillas, faltan dedos para contar las enfermedades asociadas a la labor, la vida se pone en riesgo, como casi siempre, para otros. Es a eso a lo que cantan, pero también le cantan al orgullo, a un cierto sentimiento de pertenencia con respecto a la mina y con respecto a su clase. Las largas horas de soledad, el aislamiento y el apoyo mutuo que se necesita en tas difíciles circunstancias alumbraron los más brillantes levantamientos que vio la Historia de España, las más feroces resistencias y las mejores demostraciones de dignidad.
En general, el sector secundario ha sido siempre el lugar no solo de las fantasías proletarias, también de los movimientos reales de emancipación; no solo por la tradición, también por un tejido concentrado y cohesionado en contraposición a la fragmentación, la competitividad individualista y -por tanto- la precariedad de muchos sectores creativos, tecnológicos o de servicios. La deslocalización y el desmantelamiento de muchas industrias durante los ochenta y los noventa generaron muchas historias de derrota pero también de resistencia. A mí me gusta ganar, no solo resistir, y creo que el cariño, el agradecimiento y el respeto al pasado nos paraliza en ocasiones; pero es una evidencia que las redes que tejieron aquellos trabajadores nos pueden servir de ejemplo en el presente. Un presente en el que no solo hay que aguantar, sino que hay que construir otro tipo de industria, porque las necesidades deben ser otras.
Esta semana he leído con mucha atención el plan propuesto por la cooperativa Garúa y escrito por Martín Lallana para una transición ecosocial en Mecaner, una fábrica de troquelería para la automoción ubicada en el municipio de Urdúliz (Bizkaia) y propiedad del grupo Stellantis, que pretende cerrarla y echar a 148 trabajadores. El plan, que ha sido elaborado con la colaboración del sindicato LAB y varios partidos vascos, pone sobre la mesa la posibilidad no solo de reorientar la producción de la fábrica hacia elementos claves en el ensamblaje de vehículos eléctricos, como carcasas de baterías, sino la necesidad de que el cambio de rumbo no se produzca por la misericordia de la multinacional, sino gracias a un proceso de democratización -de la fábrica y posteriormente de la empresa- que incluye la toma de decisiones por parte de los sindicatos, la participación del Estado en la propiedad y, en definitiva, que no sea el puro capital el que reoriente el futuro de la producción y la vida de les trabajadores. Evidentemente, el sindicato que ahora mismo pelea por el futuro de les empleades de Mecaner será quien tenga la última palabra y quien decida qué blandir y a qué renunciar en las negociaciones, pero ahora cuentan con una herramienta más.
No es la primera vez que se pone sobre la mesa un plan similar. Lo rubricaron Anticapitalistas, CGT y las CUP en 2020 con motivo del cierre de la fábrica de Nissan en Catalunya, y diversas iniciativas han sido puestas, con mejor o peor suerte, a lo largo y ancho del continente ante una deslocalización que lleva años en marcha. El trabajo de Lallana me parece de celebrar, en cualquier caso, no solo por recordarle a Stellantis que sí, que hay otra vía y que hay futuro, sino por recordar que solo con una participación pública de la industria y del sector secundario se producirá un verdadero cambio de rumbo y no se colocará un mero parche.
La sensación es que tenemos varias fuerzas incipientes, varias ollas en vía de ebullición, que no terminan de conectarse. Por un lado tenemos un Estado con millones de euros disponibles para una supuesta reindustrialización verde y digital, con la vista puesta en el hidrógeno verde como gran vector de futuro, pero -como analiza aquí el trabajo de Future Policy Lab- sin la necesaria proactividad como para no ser más que una regadera de dinero público, que siga alimentando las mismas dinámicas y la misma concentración de poder y capital. Por otro lado, a unas ecologistas que no están formando parte del corazón de estos conflictos también laborales y de clase, solo revoloteando por la superficie.
En otra esquina, a unos sindicatos, dibujada la honrosa excepción de ELA y CGT, que o bien están ahogados por el esfuerzo de sacar adelante el día a día de la autodefensa laboral, o bien carecen de la audacia de unir la línea de puntos. Hay iniciativas de democratización de las empresas por parte de los sindicatos mayoritarios, como la que presentó CCOO en el caso de Endesa, que no mencionan más que superficialmente la necesaria transición que debe abordar el gigante energético; y planes de transición ecosocial de sindicatos como UGT que dedican más tiempo a la “huella de carbono” de les trabajadores que a las masivas transformaciones que deben abordar todos los sectores productivos para ser compatibles con una vida digna.
Por otro lado, ¿qué entendemos por reindustrialización? También tengo la sensación de que lo que entra en el imaginario cuando lo pronunciamos es demasiado estrecho. ¿Es reindustrializar, por ejemplo, reformar energéticamente las viviendas de millones de españoles? ¿Es ecologista también esto, tienen los sindicatos algo que decir? Yo creo que sí. El divulgador Javier Peña, de Hope!, que suele dar en el blanco con facilidad, asegura en su último vídeo que la rehabilitación con criterios de eficiencia energética, para gastar menos en calefacción y aire acondicionado y poner coto a la pobreza y al disconfort térmico, puede llevarse a cabo sin derramas y sin que el beneficiario tenga que adelantar parte del coste y enfrentarse a una montaña de burocracia. Ante un Gobierno demasiado empeñado en el laissez faire cuando sus políticas corren un serio riesgo de quedarse en la orilla -la mayoría de comunidades no han ejecutado ni la mitad de sus fondos para rehabilitación- es responsabilidad del resto de actores empujar para proponer alternativas.
Por último: ¿qué habilidades necesitamos para empujar al capital privado hacia el lado correcto de la historia? Para que -entiendo que es lo deseable- estos esfuerzos no se realicen solo a la desesperada, como último recurso ante un anuncio de ERE, sino como herramienta, una más, para doblegar la curva de emisiones y el negacionismo del CEO de Repsol. Cualquiera que haya militado en un sindicato sabe que los planes y la organización se diseñan en tiempos de paz, para que el conflicto nos pille preparades. Lo esencial, a mi parecer, es el diálogo, pero no entendido como una pantomima liberal sino con la voluntad real de unir fuerzas.
No casa el esfuerzo de planes como el de Garúa, que involucran a varios sectores con intereses muy diferentes por no decir contrapuestos, en pos no solo de defender el empleo sino de hacerlo socialmente útil, con el esencialismo del todo mal. El de la crítica furibunda al reformista traidor, de la atalaya moral del claramente insuficiente sin haber dado un palo al agua, el que no quiere entender que cualquier transformación, con las fuerzas que tenemos, va a ser gradual y, por ende, va a requerir de la colaboración -quizá forzada, ojalá forzada- del enemigo. ¿O es que es posible que Mecaner se ponga a hacer carcasas de baterías, a día de hoy, sin la participación de Stellantis y del Gobierno burgués, sin ceder algo, aunque sea un poco, en la identidad revolucionaria que se pone como barrera y no como ariete, sin un vínculo real con los tiempos y con los procesos reales?
“Un programa para movilizar al Estado burgués existente para impulsar el gasto privado en la dirección de satisfacer las necesidades humanas, y la necesidad de un planeta habitable en particular, enfrenta muchos obstáculos, eso es cierto. (...) Pero lo mismo podría decirse de todos los programas socialistas del pasado. Tenemos que seguir adelante, con un ojo en la dirección del viaje a largo plazo y el otro en las contingencias del presente”, contestó el profesor JW Mason a los intelectuales estadounidenses que se oponen en rotundo a los planes de reindustrialización.
Les trabajadores del sindicato estadounidense United Auto Workers (UAW) , en la pelea por mejores condiciones en el sector automovilístico del país, también están incluyendo un plan de futuro para sus compañeres de las fábricas centradas en el vehículo eléctrico, porque saben que ese es el camino. Ese es mi sitio, esa es mi gente: la vida que vendrá contará con un sector secundario no solo potente y orientado sino orgulloso, no de jugarse la vida a diario en la mina, como Antonio Molina, sino de formar parte de la empresa de la transición ecológica del país y del mundo. No necesitamos volver a recuperar esos sacrificios en pos de la plusvalía saqueada, pero sí ese punto de orgullo, ese metal de la alegría, de formar parte de una clase climática que defiende lo que es suyo, que está organizada y que ha puesto la fuerza de trabajo al servicio de la mayoría.