La vida que vendrá #22: un viejo lema contra la sequía
Trabajar menos,
trabajar todos,
producir lo necesario,
redistribuir todo.
Catalunya afronta una sequía histórica que, según todos los registros climáticos, apunta a convertirse en estructural. No solo se trata de que llueve poco -sequía meteorológica- sino que, simplemente, tenemos menos agua de la que necesitamos -sequía socioeconómica-. Ante esta situación, lo lógico, que no es lo que reina en el sistema político y económico que nos han dado, es dirigir la mirada hacia el sector primario, la agricultura y la ganadería, que consume el 80% de los recursos hídricos del país. De todo que se produce en el campo español, el filete de vacuno es lo que más litros de agua consume por pieza, pero en términos absolutos la ganadería representa un tercio de ese 80% y la agricultura, sobre todo la de regadío, se lleva los dos tercios restantes. Aproximadamente la mitad de la producción de frutas y verduras en suelo español se exporta y, según datos de la ONU, el 45% de esa misma producción en todo el mundo se tira a la basura.
[Para variar, cuando buscas “desperdicio alimentario” en Google la inmensa mayoría de resultados señalan a la comida que se tira en los hogares, sin mencionar las toneladas que se desechan en supermercados por no venderse o en eslabones anteriores de la cadena alimentaria porque al productor no les compensa venderlas, o porque las piezas salen feas o con golpes. También hay muchos resultados de startups que hacen de este desperdicio su modelo de negocio, sin cuestionarse el sinsentido de la falla que les brinda la oportunidad].
Esta exposición está al alcance de cualquiera que busque unos cuantos datos en Internet. La conclusión sobre el qué hacer en el país que alberga la denominada huerta de Europa, que casualmente es el país del continente más expuesto a estrés hídrico por la acción del cambio climático, cae por su propio peso como una fruta madura. Pero es divertido, por no decir trágico, comprobar cómo el debate político esquiva la… hmmmm… llamémosla berenjena gigante en la habitación.
Debate en el Parlament de Catalunya. Aquí la crónica. Los partidos de la oposición coinciden en lamentar la insuficiente y errática gestión del Govern, con motivos variopintos. Junts les acusa de centrarse en las restricciones al consumo en vez de en “producir más agua”, una expresión que da escalofríos con solo leerla. El PP señala la incoherencia de que una Catalunya que quiera ser independiente quiera traer el agua potable en barcos de otras partes de España, jajaja, quieren ser independientes y no pueden dejar de ser dependientes, qué listos somos. Los comuns y la CUP piden más restricciones al consumo de agua del turismo; podemos entender que, desde una perspectiva de justicia social, es más lógico que el alemán que viene de vacaciones no pueda bañarse en la piscina ni jugar al golf antes de meterle mano a los payeses; pero el recurso natural no entiende de justicia social y querer optimizar el 20% en vez del 80% quizá te granjea aplausos en las asambleas, pero no es demasiado útil.
Los ecologistas, cuya capacidad política a corto plazo es inversamente proporcional a la razón que tienen, son los únicos que llevan poniendo sobre la mesa décadas la necesidad de que España reduzca hectáreas de regadío, una petición que, en el mejor de los casos, cae en saco roto. El Gobierno insiste en que la producción no se toca y que el camino pasa por modernizar los regadíos para que produzcan lo mismo con menos agua. La Fundación Nueva Cultura del Agua contraataca: si se mejora la eficiencia pero no se controla bien qué se hace con ese agua no gastada, la tendencia de los empresarios del campo es a aumentar cultivos en vez de devolverla al cauce, por lo que no se produce un descenso real del consumo. Y las patronales agrarias deciden sacar de sus campos el hombre de paja y meterlo en sus argumentos de lobby; a pesar de que nadie ha planteado -desgraciadamente- en serio una reducción del regadío, claman contra las oscuras intenciones de los socialcomunistas, aludiendo al clásico chantaje, ya sea desde una bienintencionada estrechez de miras o por simple manipulación reaccionaria: tres trillones de familias viven del campo, motor rural, dinamización, empleos, el 11% del PIB. Solo falta, para completar este esperpéntico bodegón de fruta podrida, “el sector catalán de las piscinas”. Que no se quede ni un imbécil sin reclamar su trozo de sandía.
Del conocido lema socialista “trabajar menos, trabajar todos, producir lo necesario, redistribuirlo todo”, la tercera pata suele obviarse. No sé por qué. Quizá porque “producir lo necesario” no suena lo suficientemente sexy; quizá porque las grandes potencias socialistas también quisieron jugar al juego de las balanzas comerciales para competir, aunque las reglas fueran de otros; quizá porque no sabemos muy bien qué significa. Pero a mí me parece más pertinente que nunca recuperarlo, porque estamos jugando con el bien más básico de la vida humana, el agua, para seguir dopando una máquina agrícola que si se limitara a alimentarnos, no supondría un problema; pero más allá de esta bienintencionadísimo propósito que ASAJA repite en las tertulias de Espejo Público, lo que buscan es hacer cuanto más negocio mejor, ignorando las consecuencias sobre la tierra y sobre la vida, y en buena parte gracias a mano de obra semiesclava, torturada y humillada.
Y aquí, desgraciadamente, nos damos de bruces contra un muro en cuanto intentamos buscar, imaginar, soluciones reales. Es un callejón sin salida. El capitalismo verde, cuya praxis me habéis visto defender a mi pesar en estas líneas, tiene recorrido en otros muchos sectores; falta eólica, falta fotovoltaica, y -por ahora- los intereses de Iberdrola y los míos se pueden alinear dado el trabajo aún por hacer en la descarbonización del sistema energético. Por poner un ejemplo. Claro que podemos reducir las pérdidas de agua, mejorar los procesos, añadir algo más de justicia en la cadena, recompensar más y mejor a los que lo hacen bien, construir desaladoras que consuman electricidad verde. Pero la reconversión del mastodóntico y dañino sector primario español para un abordaje completo y de futuro, si no se quiere alimentar la reacción derechista del campo y dejar a miles de agricultores desamparados, solo se puede llevar a cabo con una herramienta:
la planificación socialista de la economía.
Que no, no traerá miseria; al contrario, la miseria -y la violencia, y el ecofascismo- llegará más pronto que tarde con este ritmo suicida.
En la vida que vendrá produciremos lo necesario; las frutas, las verduras y las legumbres suficientes para mantenernos saludables, frescos, hidratados y sin la necesidad de torturar a seres vivos sintientes -esta es otra newsletter-. Directamente del productor, sin intermediarios sacando tajada en una cadena alimentaria ineficiente e injusta. Habrá trabajadores del campo, claro. Lo que no tendremos en la vida que vendrá será empresarios sin escrúpulos confundiendo interesadamente sus intereses con los de la clase obrera; y, por supuesto, no tendremos explotación y miseria de jornaleros, siervos de terratenientes y de chulos a caballo. No será la primera reforma agraria que hagamos, eso es verdad; habrá que poner, de nuevo, el cuerpo para evitar que nos lo vuelvan a arrebatar todo. Y nadie tendrá miedo a no poder ganarse la vida porque no habrá que ganársela.
Y la vida que vendrá, aunque suene bastante menos emocionante, también consistirá en defender algunos de los avances y facilidades conquistados y que damos por asentados con cierto narcisismo. Como explica de manera muy interesante aquí el periodista italiano Marco D’Elamo, el agua potable a bajo precio en nuestros hogares es, a la vez, un derecho universalizable y una rara excepción histórica, mucho menos antigua de lo que podemos pensar y mucho menos común una vez se sale de la burbuja norteglobalista. Si queremos mantenerla y llevarla a otras tierras que la necesitan, las recetas parciales se quedarán cortas en muy poco tiempo. En Catalunya ya se están poniendo sobre la mesa cortes parciales de suministro en determinados horarios y bajada de la presión; y en decenas de pueblos de todo el Estado ya están teniendo que recurrir a agua embotellada porque las macrogranjas han esquilmado el río y contaminado el acuífero.
La agenda del producir lo necesario es la agenda de la vida, también contra la muerte de las guerras del agua que pronto podrían dejar de ser una metáfora política. En Catalunya sopla el viento a favor de la xenofobia, con partidos abiertamente racistas que pronto podrán ocupar escaño en el Parlament, la burguesía catalana pidiendo competencias en inmigración con el aplauso de la izquierda española y el PSC aceptando el cambio del marco. Sin una planificación socialista de la economía, no solo tendremos tractores en Atocha, no solo sufriremos impotencia ante unos discursos de extrema derecha en el campo que enmascaran las verdaderas urgencias; tendremos razzias contra los que no solo nos quitan el trabajo, sino que también nos quitan el agua.
La izquierda tiene pocas respuestas a la crisis del campo no por urbanita; sino porque se choca, escalofriantemente rápido, con los límites del modelo cuando no lo impugna. Es verdad, no tenemos fuerzas para cambiarlo; pero por lo menos podríamos empezar a explicar a los agricultores que quieran escucharnos que no, que no queremos explotadores pero tampoco queremos vuestra sangre y vuestra vida, la que levantó los olivos. Que la tragedia de los comunes no es inevitable si nos ponemos de acuerdo.