La vida que vendrá #20: sus utopías
Ellos tienen sus propias utopías. Consisten, básicamente, en mantener el estado de las cosas actual, acentuando las desigualdades, atesorando los privilegios y, si de paso pueden reírse, se ríen.
Fórmula 1 en Madrid. Lo tiene todo. Ostentación fósil, velocidad, ruido, humo, pelotazo. La mentira de los empleos “directos e indirectos”. Circuito ubicado en un barrio de extrarradio cimentado bajo la promesa jamás cumplida de que el uso del coche es un derecho eterno y que habrá ambulatorios. Su huella de carbono, aseguran sus responsables, será neutra; el recochineo duele. La crónica de El País, sin un atisbo de crítica, asegura que tendrá una curva “espectacular”.
Ampliación de Barajas. Millones de euros públicos. Según el Ministro de Transportes, Óscar Puente, somos unos cuñados porque la nueva infraestructura no afecta a la prometida reducción de vuelos nacionales; de alguna manera habrá que volar a Hong Kong. De paso ha dejado dicho que al tren Madrid-Extremadura no le pasa absolutamente nada. Circulen, vuelen.
La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, asegura que el cambio climático “no es cuestión de ideología”.
Jueves. Agencia de comunicación especializada en sostenibilidad presenta su nuevo estudio. Las marcas, las empresas, insisten, tienen que tomarse en serio la Agenda 2030 y los retos del futuro. El acto cuenta con los directores de sostenibilidad de varias compañías grandes que hablan de césped artificial reciclable y latas de cerveza unidas con silicona. En un momento, la speaker apuesta por su mejor tono dramático para hablar del “elefante en la habitación” (han puesto una estatua de un elefante, literalmente, en mitad de la sala): los recursos son finitos. ¿Decrecimiento? Se pregunta. Uf, es una palabra muy fea. Apostaremos por “consumir mejor”.
No todos estos actores son iguales. En esta divertida recopilación os traemos a lo mejor de lo mejor del trumpismo ibérico y al progresismo liberal haciendo lo que mejor sabe: ponerse la mano en el pecho y entonar de manera afectada. No somos equidistantes: puestos a elegir nos quedamos con lo segundo. Es mejor el capitalismo verde que el capitalismo gris. Es mejor 1,9 grados de aumento medio de las temperaturas que 2. Sin embargo, todos coinciden en una creencia incrustada a fuego en sus conciencias, que se resisten a abandonar como una gata rabiosa que defiende a sus crías:
todo va a seguir igual.
Unos ponen todos sus esfuerzos en profundizar en su culto a la muerte porque les va bien pero quieren que les vaya mejor. Otros confían en que con unos pocos retoques en todo un modelo productivo podrido, que se acerca a la ficción contable, van a poder seguir atesorando el capital social, la reputación corporativa y los canapés
(que por cierto, estaban buenísimos, al César lo que es del César; no pensaba irme sin cenar).
Podemos aceptar que el reformismo es la única vía de supervivencia alcanzable en tiempos de retroceso ideológico. Podemos aceptar que la tibieza es mejor que la agresión. Lo que no podemos aceptar es que os riáis de nosotros. Funciona así: la humillación es un resorte.
Vale, supongo, que las políticas climáticas del PSOE sean, aun profundamente insuficientes y contradictorias, razonables en su contexto. Vale, supongo, que las marcas se esfuercen en que sus procesos sean algo menos lesivos. Lo que no vale es que penséis que somos gilipollas, que ironicéis con los cambios que realmente necesitamos, que el metro se tunee con banderas blancas y negras y el imbécil de López Miras se pasee por el concierto de Biznaga.
Las políticas que realmente necesitamos son aburridas: el aburrido equipamiento digno del barrio de Valdebebas, con conexiones con transporte público a la altura para subvertir la estafa masiva del coche privado. Los aburridos trenes que funcionan aburridamente bien y llegan aburridamente a la hora. Las viviendas sociales sin terrazas con vistas al mar, jacuzzi en la cocina y televisores dentro del armario, pero con soporífera dignidad. El tedioso autobús interurbano con conexiones directas, precio asequible y comodidad. No conquistas nada con una ensalada ni con una bomba de calor. El poco emocionante fin de la acumulación de riqueza, de las cuentas de resultados y de los accionistas.
Es profundamente poco atractivo, desde un atril parlamentario, anunciar que no habrá más vuelos baratos a donde el alto cargo socialista tenga el prostíbulo de confianza, que las carreras a 300 kilómetros por hora no tendrán sentido, serán obscenas y ridículas, y que apostamos por la estabilidad, la seguridad y el bienestar ante una geopolítica recalentada que estira el cordón del chándal sin pensar en el latigazo;
pero es que nos va la vida en ello, sociópatas. La vida que vendrá no es la que tenéis en mente, vuestras inversiones a bombo y platillo serán dinero quemado en la hoguera ante la próxima inestabilidad y pasaréis a la Historia que quede como la peor calaña; no el que no supo, ni siquiera como el que no pudo, sino como el que no quiso.
Nuestras utopías y nuestras políticas suenan aburridas porque el deseo se ha construido alrededor del consumo y el deseo es el estado mental, el movimiento afectivo, el andamiaje más difícil de desmontar; pero mientras trabajamos para proponer otros deseos, otras lealtades y otras colectividades, nos sobra tiempo para cagarnos en vuestros muertos y que Verstappen tenga miedo de un sabotaje. Y eso, desde luego, va a ser divertido y va a ser emocionante.
Escandalícense ahora, pongan el grito en el cielo, supliquen moderación, lloren por la polarización. Ahora mismo no tenemos demasiada fuerza, estamos perdiendo la batalla y la guerra, pero también se nos está acabando la paciencia; y como bien sabe ahora Israel, se tardan semanas en construir una valla y segundos en hacerle un agujero.