Se conoce como ‘reacción de lucha o huida’ a la respuesta fisiológica cuando un organismo percibe un posible daño, ataque o amenaza a la supervivencia. Se activan ciertos mecanismos en el cuerpo, relacionados con la adrenalina y la osteocalcina, que lo preparan para contraatacar o para huir: la elección depende de la especie, del nivel del daño percibido o de las circunstancias (si hay crías que defender o no, si hay ruta de escape o se está acorralado, etcétera).
Ante el progresivo deterioro que estamos viviendo en las sociedades del Norte global (del clima, de los servicios públicos, de la democracia, de las libertades), la respuesta preferente está siendo la huida por delante de la lucha. Es una reacción defensiva que no es justo juzgar, pero que es conveniente considerar y analizar. Es absolutamente normal que te apetezca mucho más, al salir del trabajo, meterte a un taller de cerámica a desconectar que comerte tres horas de asamblea, aguantando, además, a determinados personajes. Es absolutamente normal apagar la televisión, no escuchar las noticias. Es evidente: la vida aprieta y no siempre hay ganas, capacidad o tiempo para hacerle frente. Lo que no podemos hacer, tampoco, es dejar de hablar de ello para respetar el plácido sueño del trabajador quemado.
Estos días, los que seguimos en Twitter de puro enganche hemos sido testigos de un debate absurdo al más puro estilo 2018, en las que se enfrentan dos posiciones en apariencia irreconciliables pero perfectamente compatibles en el fondo y en el que todo el mundo dice defender sus ideas cuando en realidad está defendiendo su privilegio, su posición y su toma de decisiones. El centro del “debate” eran los viajes: ¿hace falta salir de viaje siempre que tenemos vacaciones? ¿Nos vamos de vacaciones a destinos exóticos con una intención genuina de pasarlo bien y disfrutar de nuevas experiencias o para hacer fotos y compartirlas? Y, en relación con las manifestaciones contra el modelo depredador de turismo y contra el alza en los precios de la vivienda: ¿es coherente quejarnos por la subida del alquiler cuando a la mínima estamos deseando coger un Ryanair y plantarnos el sábado en un Airbnb de cualquier capital europea?
Una vez más: el individuo, por sí solo, no es responsable de las dinámicas perversas del modelo productivo. Y sí, el individuo tiene poder de elección, es cómplice de muchos de esos movimientos, perversiones y degradaciones; y generalmente sus decisiones no suelen ser solo “porque quieren” y mucho menos porque “tienen derecho a ello”. Creo que es compatible pensar que el pasaje barato en una aerolínea que no paga impuestos por el queroseno que quema no está precisamente incluido en la Declaración de los Derechos Humanos y que, efectivamente, hay una necesidad absolutamente normal de salir de la rutina de vez en cuando y ver otros horizontes sin que esa práctica sea per se depredadora.
De todos los consumos -dejando al margen los vinculados con una dependencia física como la droga- es el viajar el que más se vincula en la conversación diaria con la necesidad de escapar, de huir, probablemente porque literalmente huyes, hay un desplazamiento corpóreo, se entiende rápido. Pero no es el único hábito consumista vinculado a la necesidad de regulación emocional; tengo atravesada una anécdota que contó un compañero del Diluvio, de un médico que, tras horas y horas seguidas de guardia, se compra nada más salir del hospital un reloj de alta gama. Estamos luchando contra un sistema que vincula de manera indisoluble felicidad y consumo: habría que ser mala persona para cargar las tintas contra ese médico, pero es necesario, como en otros frentes, hablar de ello sin temer la reacción a la defensiva de la clase media, real o aspiracional.
En la vida que vendrá viajaremos mucho menos, pero es inútil quedarse solo en el enunciado. Quién viajará menos, qué significa exactamente menos, cómo serán los viajes. En primer lugar, añadamos un poco de salsa picante a la newsletter: si has cogido alguna vez un vuelo, estás dentro del 10% de la población mundial que ha podido vivir esa experiencia, como cifra este informe de la organización contra el impacto climático de la aviación Stay Grounded. Nos va la vida en reconocer que la inmensa mayoría de los lectores de esta newsletter, si bien no somos culpables de la espiral descendente de la crisis climática y ecológica, no somos precisamente las víctimas más afectadas; hay que desprenderse de la autoindulgencia que lleva a la parálisis.
Sin embargo, también sería injusto poner el foco sobre las clases bajas y medias del Norte Global, que tienen por encima a capas de población que vuela todo el rato, todo el tiempo, en aerolíneas comerciales o en jets privados. Las organizaciones que trabajan contra el impacto climático de la aviación y/o contra el modelo de turismo de masas han propuesto varias medidas para paliar sus efectos teniendo en cuenta criterios de justicia: tasas sobre el hospedaje y sobre los vuelos que tengan en cuenta la renta, por ejemplo. Otras propuestas cortan por lo sano: desde la prohibición de pisos turísticos hasta una suerte de racionamiento, con unas cuotas de X vuelos al año (o al lustro) por persona. En cualquier caso, parece inevitable que, al menos de manera transitoria, cualquier medida que intente podar las alas de la industria turística llevará a que los ricos sigan viajando y los menos ricos sufran la frustración del caramelo quitado de la boca.
Por ello, cualquier limitación sobre el modelo turístico tiene que ir de la mano con una regulación laboral ambiciosa. Para viajar más lento, para viajar utilizando otros modos menos emisores, para viajar y no escapar, hace falta no tener por qué huir y hace falta más tiempo para no tener que elegir y para poder disfrutar del camino. En España está a punto de aprobarse la jornada laboral de 37,5 horas en vez de las 40 actuales; es un paso y esta carta no está en la labor de desdeñar los pasos hacia la buena dirección. Los discursos progresistas siempre se centran en la reducción de la jornada laboral y entiendo la urgencia, por una cuestión lógica de conciliación, de ganar algo de aire en la maquinaria violenta del trabajo asalariado, pero… ¿por qué nunca hablamos de las vacaciones?
España es de los países del mundo que más vacaciones tiene regladas por ley: en Estados Unidos, por ejemplo, depende del arbitrio de cada empresa (sigh). Pero quiero más, bastante más, que los 30 días naturales. Quiero poder planear un viaje -porque quiero seguir viajando y no habitar las fantasías medievales de determinado ecologismo- pudiendo invertir tres, cuatro, cinco días, una semana en el trayecto, y disfrutándolo tanto o más que el destino; y que el alojamiento no sea un chantaje entre pagar una millonada en un hotel o contribuir a la destrucción del tejido vecinal de una ciudad, como si no hubiera alternativas. Quiero que el tren exista y que el autobús no sea incómodo y oscuro. Y quiero que el Estado prevea un fondo para pagar las vacaciones a las pequeñas empresas y los autónomos que no se lo puedan permitir. Viajar de manera compulsiva, en un medio de transporte excluyente y contaminante y sin tener en cuenta los impactos no es un derecho; las vacaciones pagadas sí lo son y la movilidad razonable también.
Quiero años sabáticos, como defiende Layla Martínez en uno de los primeros textos de Contra el Diluvio sobre el turismo y el viajar; y quiero, sobre todo, trenes cama, nocturnos. La red de ferrocarriles con opción de pernoctar dentro de ellos acaba en los Pirineos; si bien en el continente europeo mantiene cierta salud, en España es un erial. El argumento de Renfe es que no es rentable y no entra dentro de lo que se considera servicio público y puede, por lo tanto, soportar cierto déficit; es asfixiante lo estrecho del marco. Experiencias como la de Austria demuestran que cuando el sector público apuesta por ello, la demanda responde; y es evidente para cualquiera que se tome la transición en serio que hay que plantear alternativas ante el fin de los vuelos baratos.
En definitiva, prefiero luchar a huir, pero lo que más me gustaría es no tener ni que luchar ni que huir, porque vivir no es un daño, porque la vida es otra cosa; es lo que pasa en vacaciones, pero sin tener que esperar al descanso y al viaje para vivir.
Gracias por hablar de esto Javier porque la verdad que parece que el tema viajes es sagrado, bueno no solo sagrado es que está esta idea de que viajar es lo guai, lo correcto, lo que hay que hacer, si no viajas no eres nadie.... Gente que tiene cierta conciencia incluso sobre el impacto que puedan tener sus viajes pero directamente lo obvian y así pueden seguir viajando, hay que ver el mundo.
Yo que escribo sobre maternidad, es increíble como se fomenta además que las familias incluso con niños muy pequeños tienen que viajar (para ver mundo y aprender, tener la mente abierta, conocer otras culturas) y si no lo haces pues parece que eres casi mala madre o algo así, una locura.
Espero que vuelvas, disfruto tus lecturas, abrazos!