Pervive una narrativa tóxica, además de injusta, dentro de determinados espacios de izquierda, que intenta presentar las prioridades políticas de la transición ecológica como banales, simples entretenimientos que distraen a la clase obrera de lo importante. Estos discursos, además de desplegar una alfombra roja a la ofensiva de la derecha, son absolutamente mentira: la grandísima mayoría de la acción climática está vinculada con el bienestar más básico de la población, con el sencillo derecho a la vida. La semana pasada me enfadé un poco en Twitter (tampoco es novedad) porque se presentaba el cierre de una piscina pública en verano como una preocupación poco más que anecdótica. Y puede sonar como una prioridad clasemediera, un detalle sin importancia que no lleva el pan a la mesa: y no lo es. Las piscinas de verano son una herramienta importantísima de adaptación climática y deberían estar en el debate político con mucha más presencia que la que tiene, limitada a notas de prensa de los Ayuntamientos, protestas tímidas de la oposición y mucho business as usual.
Creo que, en general, incluyendo los más puestos en el asunto, no somos conscientes de lo que se nos viene. A final de siglo se esperan en Barcelona más de cuatro meses consecutivas de noches “tropicales”, es decir, por encima de los 20 grados, explica el investigador climático Dominic Royé. Las noches tropicales están relacionadas con dificultades para conciliar el sueño, en el mejor de los casos, y aumentos de la mortalidad relacionada con el calor en la población más vulnerable, en el peor. No somos conscientes de que, en cuestión de años, va a ser muy difícil vivir en España en verano sin mecanismos públicos o privados que alivien el bochorno, y no todos pueden permitirse los privados -un viaje a latitudes más agradables, a la playa, una piscina privada, un aparato de aire acondicionado, una casa bien aislada-. Las piscinas públicas son elementos esenciales de alivio climático sobre todo en las grandes ciudades, en las que el efecto isla de calor lo hace todo aún más insoportable, y sobre todo para la población que no está en Twitter quejándose de las frivolidades del otro, que no tiene una segunda vivienda en Benidorm, que no puede salir de su barrio para huir de la canícula.
“Investigaciones recientes realizadas en el barrio de Raval en Barcelona han revelado que las piscinas públicas sirven como santuarios para las poblaciones inmigrantes durante los abrasadores veranos. Más allá de refrescarles, estas piscinas proporcionan un espacio para que las familias y los amigos se reúnan, fomentando un sentido de pertenencia que trasciende las restricciones de silencio y civismo de las bibliotecas u otros espacios cerrados”, explica en este artículo la investigadora en justicia climática Ana Terra. Si crees que una piscina pública no es importante o no debería ser una prioridad política, es que no te hace falta, pero que no te haga falta a ti no quiere decir que no haga falta. En las grandes ciudades, aunque no solo, las grandes bolsas de población migrante más vulnerable suelen encontrarse en los barrios en los que más sube el mercurio, en las casas más desvencijadas, muchas veces en situaciones de infravivienda, sin poder permitirse un viaje a la playa porque tienen que ahorrar lo máximo posible para avanzar o para mandar dinero a sus familias de origen. Para hablar de cambio climático también hay que sacarse la cabeza del ombligo.
Terra propone una piscina pública por cada 20.000 habitantes. No hay datos sobre el número de piscinas públicas en España, así que he hecho una breve investigación para buscar el número de este tipo de espacios en las ciudades más grandes del territorio español que no son costeras y/o no tienen acceso rápido a la costa, y ese ratio solo se cumple en una de las 10 analizadas: Córdoba, con 16 piscinas para una población de 323.763 personas, es decir, una piscina por cada 20.235 habitantes. Le acompañan en el podio Zaragoza (una piscina por cada 31.000 zaragozanos) y Pamplona (una por cada 51.441 personas). Madrid aparece en la penúltima posición: sus 23 piscinas (sin contar las que cierran este verano por obras) solo dan para una piscina por cada 145.000 habitantes. Solo aparece por detrás (dentro de las 10 urbes más pobladas) Sevilla, con solo cuatro piscinas públicas para más de 684.000 personas, aunque al menos los sevillanos tienen las playas de Cádiz cerca para colonizar a golpe de sombrilla.
Quiero pensar que dentro de unas décadas se juzgará con bastante dureza que en 2024 haya varias piscinas públicas que no abran durante el verano por supuestas reformas que se alargan durante años y que no se planifican para ejecutar durante los meses de invierno, como pasa en Madrid, sin que sea parte de ningún tipo de polémica con un mínimo de recorrido. Que el Gobierno andaluz, ante la sequía, haya priorizado proteger las piscinas de los establecimientos turísticos antes que las públicas y antes, por supuesto, que poner coto y reducir el inmenso consumo de agua de la agroindustria.
En la vida que vendrá las piscinas públicas serán un elemento blindado de la planificación municipal; habrá muchas más, por el previsible aumento de la demanda, y serán un espacio en el que no solo refrescarnos, también estar y encontrarnos. Me gustan mucho las piscinas, tal y como me gustan las playas, porque en cierta manera no me obligan a hacer nada ni a gastar más que la entrada para disfrutarlas, y creo que son el tipo de ocio que necesitamos y que disfrutaremos más que nunca en lo que viene. Se me destensa el cuerpo, encuentro el momento para, por fin, hincarle el diente a ese libro, me río con mis amigues sin tener que dejarnos cuatro euros en cada cerveza al lado de los coches. Incluso a veces hago el tonto como de pequeño, ¿vosotres también hacíais lo de soltar todo el aire de los pulmones y sentaros en el fondo? Es un espacio en el que volver a jugar.
Evidentemente, no todo son piscinas. La inmensa tarea de la adaptación climática requiere otro tipo de refugios, climatizados y a la sombra, para quien no sea tanto de mojarse. El esfuerzo en la rehabilitación de edificios, en el que insistimos prácticamente en cada newsletter, es la inmensa prioridad, una cuestión de vida o muerte. Y también va de conquistar otros espacios en los que refrescarse. En mi barrio hay una plaza con una fuente ornamental que en verano se llena de niñes pasándoselo pipa, mayoritariamente de familias migrantes. Justo enfrente se ubica la sede de la junta de distrito, que ante el inesperado uso de la infraestructura se ha dedicado a poner carteles recordando que el baño no está permitido y a poner mala cara cuando hay quien pregunta por el horario de funcionamiento de la fuente. Si no van a aportar, al menos no molesten cuando tiremos toldos para poner sombra, colectivicemos el adorno y nos lo pasemos bien; vaya a ser que nos de por colectivizar el chaletazo en primera línea de playa.
quién es el autor del texto??